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viernes, 9 de noviembre de 2012

PINOCHO EL ASTUTO


Había   una  vez   Pinocho. Pero no el   del   libro  de Pinocho,   otro.  También  era  de  madera, pero  no  era lo   mismo.  No    lo   había   hecho  Gepeto, se   hizo  él sólo.
                También  él decía mentiras, como el famoso muñeco
y   cada  vez  que  las  decía se la alargaba la nariz a ojos vista,  pero  era otro Pinocho: tanto es así que cuando la nariz le crecía, en vez  de asustarse, llorar, pedir ayuda al hada, etc. cogía un cuchillo  sierra y se cortaba  un buen trozo  de  nariz. Era  de  madera ¿no?, así  que no podía sentir dolor.
                Y  como decía muchas mentiras y aún más, en poco tiempo    se    encontró   con   la   casa   llena de madera.
                - Qué bien dijo -, con toda esa madera vieja me hago muebles, me los hago y ahorro el gasto del carpintero.
        Hábil, desde luego lo era. Trabajando se hizo la cama, la mesa, el armario, las sillas, los estantes para los libros, un banco. Cuando estaba haciendo un soporte para colocar encima la televisión, se quedó sin madera.             - Ya sé dijo - tengo que decir una mentira. Corrió afuera y buscó a alguien, venía trotando por la acera un hombrecillo del campo.
        - Buenos días ¿Sabe que tiene usted mucha suerte?
        - ¿Yo? ¿Por qué? 
        - ¿Todavía no se ha enterado? ¡Ha ganado cien millones a la lotería! Lo ha dicho  la radio hace cinco minutos.
        - ¡No es posible!
        - ¡Cómo que no es posible. . .! Perdone ¿usted cómo se llama?
        - Roberto Bislunghi.
        - ¿Lo ve? La radio  ha dado su nombre, Roberto Bislunghi, ¿Y en qué trabaja?
        - Vendo embutidos, cuadernos y lámparas.
        - Entonces no cabe duda: es usted el ganador, cien millones. Lo felicito efusivamente. . .
        - Gracias, gracias
        El señor Bislunghi no sabía si creérselo o no creérselo, pero estaba emocionadísimo y tuvo que entrar a un bar a beber  un vaso de agua. Sólo después de haber bebido se acordó  de que nunca había comprado billetes de lotería, así que tenía que tratarse  de una equivocación. Pero ya Pinocho había vuelto a casa contento. La mentira le había  alargado la nariz en la medida justa para hacer la última pata del soporte. Serró, clavó y cepilló ¡y terminado!. Un soporte así, de comprarlo y pagarlo, habría costado sus buenas veinte mil liras, un buen ahorro.
        Cuando terminó de arreglar la casa, decidió dedicarse al comercio.
        - Venderé madera y me haré rico
        Y, en efecto, era tan rápido para decir mentiras que en poco tiempo era dueño de un gran almacén con cien obreros trabajando y doce contadores haciendo las cuentas. Se compró cuatro automóviles, dos camiones. Los camiones  no le serían  para ir de paseo sino para transportar  las maderas. Las enviaba  incluso al extranjero, y mentira va y mentira viene, la nariz no se cansaba de crecer: Pinocho cada, vez se hacía más rico. En su almacén ya trabajaban tres mil quinientos obreros y cuatrocientos veinte contadores haciendo las cuentas.
        Pero a fuerza de decir mentiras se le agotaba la fantasía. Pero encontrar una nueva, tenía que irse por ahí a escuchar las mentiras de los demás y copiarlas. Las de los grandes y las de los chicos. Pero eran mentiras de poco monta y sólo hacían crecer su nariz unos cuantos centímetros cada vez.
        Entonces Pinocho se decidió a contratar  un "sugeridor" por un sueldo al mes  El "sugeridor" pasaba ocho horas al día pensando mentiras y escribiéndolas en hojas que luego entregaba al jefe.
        - Diga que usted ha construido la cúpula de San Pedro.
        - Diga que ha ido al polo norte, ha hecho un agujero y ha salido por el polo sur.
        Pinocho se enriquecía casa día más y sin duda se habría  convertido en el hombre más rico del mundo, si no hubiera sido porque cayó por allí un hombrecillo que se las sabía todas. Sabía que todas las riquezas de Pinocho se habrían desvanecido con el humo del día en que se viera obligado a decir la verdad.
        - Señor Pinocho, ponga cuidado en no decir nunca la más mínima verdad, sino se acabó lo que se  daba ¿Comprendido? Bien, bien. A propósito ¿es suyo aquel chalet?-.
        - No - dijo Pinocho de mala gana para evitar decir la verdad.
        - Estupendo, entonces me lo quedo yo.
        Con este sistema, el hombrecillo se quedó con los automóviles, camiones, el televisor, la sierra  de oro. Pinocho estaba cada vez más rabioso pero antes se habría dejado cortar la lengua que decir la verdad.
        - A propósito - dijo por último el hombrecillo – ¿es suya la nariz?
        Pinocho estalló:
        – ¡Claro que es mía! ¡Y usted no podrá quitármela! ¡La nariz es mía y, ay del que la toque!
        - Eso es verdad sonrió el hombrecillo. Y en ese momento toda la madera de Pinocho se convirtió  en aserrín, sus riquezas se transformaron en polvo, llegó un vendaval que se llevó todo, incluso al hombrecillo misterioso, y Pinocho se quedó  sólo y pobre, sin siquiera un caramelo para la tos, que llevarse a la boca.


Gianni Rodari 

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