El niño Goyito está de viaje. El niño Goyito va a cumplir
cincuenta y dos años; pero cuando salió del vientre de su madre le llamaron
niño Goyito; y niño Goyito le llaman hoy, y niño Goyito le llamarán treinta
años más, porque hay muchas gentes que van al panteón como salieron del vientre
de su madre.
Este niño
Goyito, que en cualquiera otra parte sería un don Gregorión de buen tamaño, ha
estado recibiendo por tres años enteros cartas de Chile en que le avisan que es
forzoso que se transporte a aquel país a arreglar ciertos negocios
interesantísimos de familia que han quedado embrollados con la muerte súbita de
un deudo . Los tres años los consumió la discreción gregoriana en considerar
cómo se contestarían estas cartas y cómo se efectuaría este viaje. El buen
hombre no podía decidirse ni a uno ni a otro. Pero el corresponsal menudeaba
sus instancias; y ya fue preciso consultarse con el profesor, y con el médico,
y con los amigos. Pues, señor, asunto concluido: el niño Goyito se va a Chile.
La noticia
corrió por toda la parentela, dio conversación y quehaceres a todos los
criados, afanes y devociones a todos los conventos; y convirtió la casa en una
Liorna. Busca costureras por aquí, sastre por allá, fondista por acullá. Un
hacendado de Cañete mandó tejer en Chincha cigarreras. La madre
Transverberación del Espíritu Santo se encargó en un convento de una parte de
los dulces; Sor María en Gracia, fabricó en otro su buena porción de ellos; la
madre Salomé tomó a su cargo en el suyo las pastillas; una monjita recoleta
mandó de regalo un escapulario; otras, dos estampitas; el Padre Florencio de
San Pedro corrió con los sorbetes, y se encargaron a distintos manufactures y
comisionados sustancias de gallina, botiquín, vinagre de los cuatro ladrones
para el mareo, camisas a centenares, capingo (don Gregorio llamaba capingo a lo
que llamamos capote), chaqueta y pantalón para los días fríos, chaqueta y
pantalón para los días templados, chaqueta y pantalones para los días
calurosos. En suma, la expedición de Bonaparte a Egipto no tuvo más
preparativos.
Seis meses se
consumieron en ellos, gracias a la actividad de las niñas (hablo de las
hermanitas de Gregorio, la menor de las cuales era su madrina de bautismo),
quienes, sin embargo del dolor de que se hallaban atravesadas con este viaje,
tomaron en un santiamén todas las providencias del caso.
Vamos al
buque. Y ¿quién verá si este buque es bueno o malo? ¡Válgame Dios! ¿Qué
conflicto! ¿Se ocurrirá al inglés don Jorge, que vive en los altos? Ni pensarlo;
las hermanitas dicen que es un bárbaro capaz de embarcarse en un zapato. Un
catalán pulpero, que ha navegado de condestable en La Esmeralda, es, por fin,
el perito. Le costean caballo, va al Callao, practica su reconocimiento y
vuelve diciendo que el barco es bueno; y que don Goyito irá tan seguro como en
un navío de la Real Armada. Con esta noticia calma la inquietud.
Despedidas. La
calesa trajina por toda Lima. ¿Con qué se nos va usted? ¿Con qué se decide
usted a embarcarse?... ¡Buen valorazo! Don Gregorio se ofrece a la disposición
de todos: se le bañan los ojos en lágrimas a cada abrazo. Encarga que le
encomienden a Dios. A él le encargan jamones, dulces, lenguas y cobranzas. Y ni
a él le encomienda nadie a Dios, ni él se vuelve a acordar de los jamones, de
los dulces, de las lenguas ni de las cobranzas.
Llega el día
de la partida. ¡Qué bulla! ¡Qué jarana! ¡Qué Babilonia! Baúles en el patio,
cajones en el dormitorio, colchones en el zaguán, diluvios de canastos por
todas partes. Todo sale, por fin, y todo se embarca, aunque con bastantes
trabajos. Marcha don Gregorio, acompañado de una numerosa caterva, a la que
pertenecen también, con pendones y cordón de San Francisco de Paula, las
amantes hermanitas, que sólo por el buen hermano pudieron hacer el horrendo
sacrificio de ir por primera vez al Callao. Las infelices no se quitan el
pañuelo de los ojos, y lo mismo le sucede al viajero. Se acerca la hora del
embarque, y se agravan los soponcios. ¿Si nos volveremos a ver?... Por fin, es
forzoso partir; el bote aguarda. Va la comitiva al muelle: abrazos generales,
sollozos, los amigos separan a los hermanos: "¡Adiós hermanitas
mías!" "¡Adiós, Goyito de mi corazón! La alma de mi mamá Chombita te
lleve con bien."
Este viaje ha sido un acontecimiento notable de la familia; ha
fijado una época de eterna recordación; ha constituido una era, como la
cristiana, como la de Hégira, como la de la fundación de Roma, como el Diluvio
Universal, como la era de Nabonasar.
Se pregunta en la tertulia:
—¿Cuánto tiempo lleva fulana de casada?
—Aguarde usted. Fulana se casó estando Goyito para ir a Chile...
—¿Cuánto
tiempo hace que murió el guardián de tal convento?
—Yo le
diré a usted; al padre guardián le estaban tocando las agonías el otro día del
embarque de Goyito. Me acuerdo todavía que se las recé, estando enferma en cama
de resultas del viaje al Callao...
—¿Qué
edad tiene aquel jovencito?
—Déjame usted recordar. Nació en el año de... Mire usted, este
cálculo es más seguro, son habas contadas: cuando recibimos la primera carta de
Goyito, estaba mudando de dientes. Conque, saque usted la cuenta...
Así viajaban nuestros abuelos; así viajarían, si se determinasen a
viajar, muchos de la generación que acaba, y muchos de la generación actual,
que conservan el tipo de los tiempos del virrey Avilés, y ni aún así viajarían
otros, por no viajar de ningún modo.
Pero las
revoluciones hacen del hombre, a fuerza del sacudirlo y pelotearlo, el mueble
más liviano y portátil; y los infelices que desde la infancia las han tenido
por atmósfera, han sacado de ellas, en medio de mil males, el corto beneficio
siquiera de una gran facilidad locomotora. ¿La salud, o los negocios, o
cualesquiera otras circunstancias aconsejan un viaje? A ver los periódicos.
Buques para Chile. —Señor consignatario, ¿hay camarote? —Bien. — ¿Es velero el
bergantín? —Magnífico. — ¿Pasaje? —Tanto más cuanto. —Estamos convencidos.
—Chica, acomódame una docena de camisas y un almofrez. Esta ligera apuntación
al abogado, esta otra al procurador. Cuenta, no te descuides con la lavandera, porque
el sábado me voy. Cuatro letras por la imprenta, diciendo adiós a los amigos.
Eh: llegó el sábado. Un abrazo a la mujer, un par de besos a los chicos, y
agur. Dentro de un par de meses estoy de vuelta. Así me han enseñado a viajar,
mal de mi grado, y así me ausento, lectores míos, dentro de muy pocos días.
Este y
no otro es el motivo de daros mi segundo número antes que paguen sueldos.
No quisiera
emprender este viaje; pero es forzoso. No sabéis bien cuánto me cuesta el
suspender con esta ausencia mis dulces coloquios con el público. Quizás no
sucederá otro tanto a la mayor parte de vosotros, que corresponderéis a mi
amistosa despedida exclamando: ¡Mal rayo te parta, y nunca más vuelvas a
incomodarnos la paciencia! En fin, sea lo que fuere, los enemigos y enemigas
descansad de mi insoportable tarabilla; preparad vuestros viajes con toda la
calma que queráis; hablad de la ópera como os acomode; idos a Amancaes como y
cuando os parezca; bailad zamacueca a taco tendido, a roso y velloso, a troche
y moche, a banderas desplegadas; haced cuanta tontería os venga a la mente: en
suma, aprovechad estos dos meses. Los amigos y amigas tened el presente
artículo por visita o tarjeta de despedida, y rogad a Dios me dé viento fresco,
capitán amable, buena mesa y pronto regreso.
Felipe
Pardo y Aliaga
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