Estación de Francia, diciembre de 1951. Procedente de Sevilla, llega Carmen León, con diez años de
edad, de la mano de su abuela a Barcelona. Con ojos curiosos e inquietos, y un pellizco en el corazón,
temerosa se aferraba a la falda de su abuela.
Sin madre desde los cinco años, es la abuela la que se hace cargo de ella. Mujer de 70 años de edad,
madre de 10 hijos, empequeñecida por el sufrimiento y las necesidades impuestas por los tiempos de estrecheces que padecían, cree, con la sabiduría que da la edad, que el futuro de su nieta está en Barcelona.
Una vez aquí, la abuela deja a la niña con una hija suya, tía de Carmen, y regresa a Sevilla. Su tía, que no se encontraba en buena situación económica, decide solicitar ayuda en la casa donde trabajaba.
La tía de Carmen tenía entendido que la señora de la casa era muy influyente. En aquella época, en la España de los 50, existía un modelo de institución benéfico-socio-religiosa para niños pobres y sin familia, con régimen represor y preventivo en especial con aquellos niños de carácter rebelde. “La señora” no halló otra salida que entregar a Carmen a una institución de estas y la separó totalmente de su familia.
Cuatro años pasó Carmen rezando a diario y aprendiendo poco, cantando las tablas sin comprender lo que decía. Carmen recuerda lo original del menú: un puñado de arroz negro, patatas hervidas y pan seco, según los días variaba el orden. En las horas libres repasaban monótonamente el hilo sobre las ropas viejas. Y como anécdota especial cuenta cómo las niñas que mojaban la cama paseaban por los pasillos de la residencia con las sábanas sobre la cabeza.
Acabada la etapa de colegio, y ya con 14 años, entra en la escuela del hogar, donde le proporcionan un trabajo cosiendo a mano en la lencería “Liz”, en Diagonal 707. El salario que le pagan lo entrega íntegramente a la escuela, para su manutención, menos el 1%, que se lo ingresan a su cuenta.
edad, de la mano de su abuela a Barcelona. Con ojos curiosos e inquietos, y un pellizco en el corazón,
temerosa se aferraba a la falda de su abuela.
Sin madre desde los cinco años, es la abuela la que se hace cargo de ella. Mujer de 70 años de edad,
madre de 10 hijos, empequeñecida por el sufrimiento y las necesidades impuestas por los tiempos de estrecheces que padecían, cree, con la sabiduría que da la edad, que el futuro de su nieta está en Barcelona.
Una vez aquí, la abuela deja a la niña con una hija suya, tía de Carmen, y regresa a Sevilla. Su tía, que no se encontraba en buena situación económica, decide solicitar ayuda en la casa donde trabajaba.
La tía de Carmen tenía entendido que la señora de la casa era muy influyente. En aquella época, en la España de los 50, existía un modelo de institución benéfico-socio-religiosa para niños pobres y sin familia, con régimen represor y preventivo en especial con aquellos niños de carácter rebelde. “La señora” no halló otra salida que entregar a Carmen a una institución de estas y la separó totalmente de su familia.
Cuatro años pasó Carmen rezando a diario y aprendiendo poco, cantando las tablas sin comprender lo que decía. Carmen recuerda lo original del menú: un puñado de arroz negro, patatas hervidas y pan seco, según los días variaba el orden. En las horas libres repasaban monótonamente el hilo sobre las ropas viejas. Y como anécdota especial cuenta cómo las niñas que mojaban la cama paseaban por los pasillos de la residencia con las sábanas sobre la cabeza.
Acabada la etapa de colegio, y ya con 14 años, entra en la escuela del hogar, donde le proporcionan un trabajo cosiendo a mano en la lencería “Liz”, en Diagonal 707. El salario que le pagan lo entrega íntegramente a la escuela, para su manutención, menos el 1%, que se lo ingresan a su cuenta.
A los 18 años, Carmen llega al Carmelo a vivir con su abuela, tía y primos. Los vaivenes del tiempo quisieron que en el Carmelo encontrara mucho de lo que la vida le había arrebatado: su familia y sentirse libre.
Es en el barrio donde descubre una nueva forma de vivir la vida. A Carmen le parece que el sol es más grande y brilla más en el Carmelo.
A los 26 años se casa y forma su propia familia: dos hijas y un hijo, y una suegra muy particular que pasa la mayor parte del día entretenida en el jardín, ajena al resto del mundo. Durante 25 años, Carmen se dedica al cuidado y educación de sus tres hijos, atendiendo a su suegra hasta que la anciana fallece. Con apuros y sacando algo de tiempo, hace algunos trabajos de limpieza a fin de ayudar económicamente en su casa.
Tal vez el caprichoso destino, la magia de su tierra sevillana, el cielo abierto y limpio del Carmelo, la cercanía de unos sencillos y buenos vecinos sean los factores que se confabularon para que Carmen desarrollara en su personalidad un carácter abierto y positivo.
Una vez que ha cumplido su etapa como madre y esposa, Carmen se plantea la posibilidad de cumplir aquellos sueños que en alguna época fueron difíciles de realizar por su condición de mujer y las ataduras sociales que lo impedían. Sus raíces andaluzas afloran y despiertan en ella la necesidad de aprender a tocar la guitarra, bailar sevillanas, recitar y leer poesía, e incluso sacarse el graduado escolar. Actualmente realiza cursos especializados para ampliar sus posibilidades de empleo y participa además con diferentes grupos en actividades artísticas.
A sus 62 años, en su constante afán de superación Carmen no deja de crecer como persona. Ni los embates del tiempo, ni el sufrimiento, ni la soledad que padeció de niña han apagado el carácter alegre, jovial y positivo que acompaña a esta gran mujer día a día.
Por esta capacidad de supervivencia, de coraje y de lucha, que ella forjó en el Carmelo, como otros tantos Pijoaparte anónimos de este barrio, Carmen se hace merecedora del título de “Superhéroe del Barrio”.
MERCEDES SÁNCHEZ
Es en el barrio donde descubre una nueva forma de vivir la vida. A Carmen le parece que el sol es más grande y brilla más en el Carmelo.
A los 26 años se casa y forma su propia familia: dos hijas y un hijo, y una suegra muy particular que pasa la mayor parte del día entretenida en el jardín, ajena al resto del mundo. Durante 25 años, Carmen se dedica al cuidado y educación de sus tres hijos, atendiendo a su suegra hasta que la anciana fallece. Con apuros y sacando algo de tiempo, hace algunos trabajos de limpieza a fin de ayudar económicamente en su casa.
Tal vez el caprichoso destino, la magia de su tierra sevillana, el cielo abierto y limpio del Carmelo, la cercanía de unos sencillos y buenos vecinos sean los factores que se confabularon para que Carmen desarrollara en su personalidad un carácter abierto y positivo.
Una vez que ha cumplido su etapa como madre y esposa, Carmen se plantea la posibilidad de cumplir aquellos sueños que en alguna época fueron difíciles de realizar por su condición de mujer y las ataduras sociales que lo impedían. Sus raíces andaluzas afloran y despiertan en ella la necesidad de aprender a tocar la guitarra, bailar sevillanas, recitar y leer poesía, e incluso sacarse el graduado escolar. Actualmente realiza cursos especializados para ampliar sus posibilidades de empleo y participa además con diferentes grupos en actividades artísticas.
A sus 62 años, en su constante afán de superación Carmen no deja de crecer como persona. Ni los embates del tiempo, ni el sufrimiento, ni la soledad que padeció de niña han apagado el carácter alegre, jovial y positivo que acompaña a esta gran mujer día a día.
Por esta capacidad de supervivencia, de coraje y de lucha, que ella forjó en el Carmelo, como otros tantos Pijoaparte anónimos de este barrio, Carmen se hace merecedora del título de “Superhéroe del Barrio”.
MERCEDES SÁNCHEZ
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