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miércoles, 16 de enero de 2013

LA PARTIDA DE MATEO TAMPU



Una tarde el cielo de lapislázuli bajó a los ojos de la Martina en dos cuajarones azulencos. Es lo que podía pensarse, pero lo cierto es que la Martina había llorado mucho. Lloró hasta el momento en que se oyó llorar, y entonces dijo:
-          Ya no lloraré más…
Y se quedó sentada a la puerta de su choza, hilando lenta y doloridamente, mientras sentía la suave respiración  del hijo que dormía sobre sus espaldas y el ronrón gatuno del huso, al que hacía girar con dedos cansados.
De repente creyó ver en el copo de lana la faz del Mateo Tampu, pero fijándose bien sólo estaban los innumerables hilillos formando un montón blanco. Se restregó los ojos.
Se habían llevado al Mateo, tan hábil para guiar los bueyes y hacer cultivable la tierra. ¡Había preparado tantas chacras! La casa siempre estaba rodeada de ellas.
Todo seguiría siendo bueno de estar él presente. ¡Virgen del Carmen, quién sabe ya no regresaría más!
Al fin llegó el Damián arreando las ovejas. El Mañu saltaba ladrando, pero no como todos los días. Presentía algo y también estaba triste.
El Damián tenía la boca lila de moras silvestres. Ella lo llamó, se quedó mirándole los ojos y le dijo:
-          ¡Mi consuelo!
Le fajó pausadamente la cintura sieteañera donde ya se pronunciaba el precoz abdomen indio y luego le puso el poncho nuevo, el que le tejió para estrenarlo en la fiesta.
-          ¡Linda, mamá! – dice él ante hermosura de color.
Pero ella no advierte el júbilo del hijo. Se lo ha dado porque ya no irán a la fiesta. No está el Mateo, y la casa, los terrenos y el ganado necesitan más atención. Además en la fiesta podrían sacarla a bailar y la gente hablaría…, y quien sabe retorne. Ha de volver. Unos han vuelto y otros no, pero el Mateo será de los que vuelven. Sí…
La Martina siente el corazón dilatado de esperanza. Será acaso mirando un horizonte que se esfuma. Pero las mismas sombras crecientes la sacan de su retraimiento y va hacia el fogón. 
La Martina y el Damián comen oyendo balar las ovejas y dan a Mañu lo que sobra, que es mucho ahora, pues la partida calabaza del Mateo se ha quedado vacía. La china siente aún más la ausencia del hombre en esos detalles: en el mate, sin alimentos; en la lampa que ella misma recogió, tirada junto a la puerta; en el lujoso y blanco sombrero colgado en la pared, que ya nadie se pondrá; en el arado que descansa bajo el alero y que estará abandonado…
Piensa que es necesario explicarle al hijo lo que pasó, pero no sabe cómo hacerlo y se queda silenciosa. El silencio es tenso, pues el Damián la mira con los ojos llenos de preguntas. Súbitamente ambos rompen a llorar. Es un llanto ronco y entrecortado, sombrío y mudo, pero que los liga, que los junta.
-          Tu taita… ¡Tu taita lo llevaron! – está allá, al fin.
No ha podido decir otra cosa, y se queda estática, negada a todo movimiento. Él entiende apenas y calla también. “Lo llevaron” Apagan el fogón y entran en el bohío, subiendo entre la sombra a la barbacoa crujiente. Lloró un poco el pequeño. Balaron las ovejas.
El Mañu, que ha rastreado infructuosamente al amo senda abajo, aúlla al fin. Echa a rodar su queja por el caminejo que zigzaguea descendiendo hacia el río, los valles y más allá… ¿Hacia dónde…? ¡Hacia quién sabe dónde!
Lo que pasó es que al Mateo lo llevaron enrolado para el servicio militar. Ni el Damián ni Mañu comprenden eso. La Martina misma  no sabe cabalmente de lo que se trata.
Ese día los gendarmes le cayeron de sorpresa, mientras se encontraba limpiando el maizal. Curvando sobre los surcos, lampa en mano, no los vio sino cuando ya estaban muy cerca. De otro modo se habría escondido, porque para nada bueno se presentan por los campos: llevan presos a los hombres, o requisan caballos, vacas, ovejas y hasta gallinas. El Mateo, pues, no pudo hacer otra cosa que dejar la lampa a un lado y saludar con el sombrero en la mano.
-          Ave María Purísima, güenas  tardes…
Los gendarmes espolearon sus caballos, que avanzaban pisoteando el maizal. Llevaban enormes fusiles y estaban uniformados de azul a franjas verdes. Sin más, le preguntaron casi a gritos:
-          ¿Ónde está tu libreta?
El Mateo no respondió. El que llevaba galones gruñó:
-          Tu libreta e conscrición melitar. Te estás haciendo el perro rengo…
El Mateo no entendió bien, pero recordaba que a otro indio de la ladera del frente lo llevaron hacía años por lo mismo. A él lo dejaron por ser muy joven, pero ahora la cosa iba evidentemente con su persona.
Atinó a responder:
-          Ay, en la chocita, puestará…
Y echó a andar seguido de los militares, que gozaban espoleando a los caballos para que hicieran cabriolas sobre las tiernas plantas. El Mateo miraba de reojo el destrozo y escupía su rabia en una saliva espesa y verde de coca. Él pensó llegar a la loma y echar a correr para refugiarse en la quebrada, pero sintió a sus espaldas que alistaban los fusiles haciendo traquetear el cerrojo, de modo que tuvo que seguir hasta el bohío y entrar.
Salió acompañado de la Martina. Él, silenciosos. Ella, con las manos juntas, en alto, llorando e implorando:
-         Nuay libreta, taititos, ¿dónde la va sacar? – No lo lleven, taititos, ¿Qué será de nosotros? Taititos, por las santas llagas e nuestro Señor, déjenlo…
Uno de los gendarmes bajó del caballo y le dio una bofetada, tirándola al suelo, donde la Martina se quedó hecha un ovillo, gimiendo y lamentándose. Amarró seguidamente al Mateo por las muñecas, los brazos a la espalda. Y ordenó_
-         Camina, so jijuna…
La Martina se incorporó y alcanzó a ponerle su poncho, pues, como es natural, lampeaba en mangas de camisa. El Mateo echó a caminar con paso cansino, pero tuvo que aligerarlo amenazado por los gendarmes que le hacían zumbar el látigo de las riendas por las orejas. Se devoraban el camino. Hacia abajo, hacia abajo- una loma y otra. La Martina subió a una lomada para verlo desaparecer tras el único recodo. Él iba adelante, con su poncho morado, seguido al trote por los caballejos en los que se aupaban los captores con los fusiles, ya que no tenían objeto inmediato, torcidos sobre las espaldas encorvadas.
A la Martina se le quedó el cuadro en los ojos. Desde entonces veía siempre al Mateo yéndose amarrado y sin poder volver, con su poncho morado, seguido de los gendarmes de uniformes azules. Los veía voltear el recodo y desaparecer. Morado – azul… morado – azul…, hasta quedar en nada. Hasta perderse en la incertidumbre como en la misma noche.
Ciro Alegría.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

porque lloraba martina esa tarde de cielo azul

Tzuyu dijo...

¿Por qué motivo llevaron a Mateo Tampu al servicio militar?

Tzuyu dijo...

¿Te parece correcta la forma en que los militares se llevaron a Mateo? ¿Por qué?

Anónimo dijo...

porque si